Preferiría volverme loco, recorrida la carretera oscura hacia Galizalbion, cerveza de la mala goteando en mis venas, los ojos y los oídos llenos de marihuana y odio, comiendo al dios Peyote en el lodo de una choza de peltre en la frontera o yacer en la habitación de hotel sobre el cuerpo de algún tractor o tractores dolientes; preferiría sacudir mi cuerpo por la carretera, llorando por una cena bajo el sol negro; preferiría arrastrarme con mi panza desnuda sobre cristales rotos en Port Drake preferiría arrastrar una corbata de rieles podridos hasta un Wild Bunch en Yardley Gobion preferiría, coronado con espinas en Qui Nông, clavado de pies y manos en el Tártaro Laszlo Toth, perforado en un costado en North Fork, muerto y sepultado en Las Marcas Boniatas y resucitado en 2069 en algún burdel de Sheffield descender predicando con rugidos en una llamarada de culos calientes y de basura, el Evangelio del Main enfrente al matadero, rodeado con estatuas de grifones agonizantes, de perros de la lluvia, de gatos orgullosos con una bocanada de verdad, y el cabello saliendo de mi cráneo, gritando y danzando en alabanza a la Eternidad del Rodillarato aniquiladora de la abulia, aniquiladora de la realidad, aniquiladora de la mierda gritando y danzando contra bandas de buskerismo zanfogriento en el salón de baile indestructible del mundo, sangre y flujo ajeno brotando de mi vientre y hombros anegando la ciudad norteña con su éxtasis horrible, rodando sobre el pavimento de las oranges plank roads de la Victoria, nadando por los pantanos y los bosques sagrados y las grúas dejando mi carne y mis huesos colgados de los árboles altivos, en nombre y saña de la Santísima Puta de The AngloGalician Cup.
¿Qué quiero en estos cuartos empapelados con visiones dantescas de Cisco&Miño? ¿Cuánto puedo hacer vistiendo de negro, afilando mi polla? Si le pongo tacos nuevos a mis botas de combate, si lavo mi cuerpo con olor a transpiración y a sexo con huérfanas, capas y capas de excremento desecadas en oficinas de empleo, salas de recepción de revistas, cubículos estadísticos, pubs ingleses, tascas portuarias, escaleras de fábricas de acero, guardarropas de los falsos dioses sonrientes de la psiquiatría; y si en las antesalas enfrento la presunción de empleados sexadores de pollo, de viejos banqueros en sus refugios de grasa, los políticos vagos y estúpidos del ego, con dinero y poder, para contratar y echar y hacer y romper y tirarse un pedo y justificar su estólida realidad de ira y rumor de ira al porcobravo iracundo. ¿En qué edición estoy entrando y a qué precio? La zorra muerta de la obsesión habitual, la visión embrujada de la electricidad nocturna y la miseria diurna de la furia que se chupa el dedo con fruición de feladora en los amaneceres de la nada esperando el autobús.
Preferiría volverme loco, recorrida la carretera oscura hacia Galizalbion, cerveza de la mala goteando en mis venas, los ojos y los oídos llenos de marihuana y odio, comiendo al dios Peyote en el lodo de una choza de peltre en la frontera o yacer en la habitación de hotel sobre el cuerpo de algún tractor o tractores dolientes; preferiría sacudir mi cuerpo por la carretera, llorando por una cena bajo el sol negro; preferiría arrastrarme con mi panza desnuda sobre cristales rotos en Port Drake preferiría arrastrar una corbata de rieles podridos hasta un Wild Bunch en Yardley Gobion preferiría, coronado con espinas en Qui Nông, clavado de pies y manos en el Tártaro Laszlo Toth, perforado en un costado en North Fork, muerto y sepultado en Las Marcas Boniatas y resucitado en 2069 en algún burdel de Sheffield descender predicando con rugidos en una llamarada de culos calientes y de basura, el Evangelio del Main enfrente al matadero, rodeado con estatuas de grifones agonizantes, de perros de la lluvia, de gatos orgullosos con una bocanada de verdad, y el cabello saliendo de mi cráneo, gritando y danzando en alabanza a la Eternidad del Rodillarato aniquiladora de la abulia, aniquiladora de la realidad, aniquiladora de la mierda gritando y danzando contra bandas de buskerismo zanfogriento en el salón de baile indestructible del mundo, sangre y flujo ajeno brotando de mi vientre y hombros anegando la ciudad norteña con su éxtasis horrible, rodando sobre el pavimento de las oranges plank roads de la Victoria, nadando por los pantanos y los bosques sagrados y las grúas dejando mi carne y mis huesos colgados de los árboles altivos, en nombre y saña de la Santísima Puta de The AngloGalician Cup.
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Recuerdo a los ciervos que habían gritado y embestido en la entrada del pub. Así como ya no era válida la distinción entre contenidos latentes y manifiestos del sueño, del mismo modo nada dividía ahora lo real de lo irreal en el mundo exterior. Los fantasmas se deslizaban imperceptiblemente de la pesadilla a la realidad y otra vez a la pesadilla, y los paisajes terrestres y psíquicos eran indistintos, como lo habían sido en Bristol y en Worcester, en Yardley Gobion y en Whitby. Inglaterra, de solución a cárcel.
Pido otra. Lugar: “El Lemming Rubro”. Tasca de culto en la Ciudad Ctónica, donde lo culto no es sino otra manera de decir fracaso. Atmósfera: Huele a sexo rancio. El Hombre del paraguas abierto en la barra, pontifica ante tres huérfanas de Bellas Artes vestidas para matar: Creo que la imagen clave del siglo XXI es el hombre en el tractor en el marco de la Anglogalician Cup. Es la suma de todo: los elementos de velocidad, drama, agresión, la fusión de publicidad y bienes de consumo con el paisaje tecnológico. La sensación de violencia y deseo, poder y energía; la experiencia colectiva de desplazarse juntos a través de un paisaje elaboradamente cifrado, la extraña historia de amor con la máquina, con la muerte del fútbol, con su propia muerte. Escucho el goteo. Apuro la pinta y ahogo las ganas de meterle el paraguas en un ojo. A mi izquierda, otro frente abierto. El poeta laureado Boris Orto sentencia “El famoso radicalismo del arte de los años sesenta y setenta del siglo pasado ha resultado ser una especie de espectáculo necio, una adivinanza violenta, una forma de evitar el sentimiento. Creo que ya no vamos a estar obligados a mirar a una caja de contrachapado, una hilera de ladrillos en el suelo o una cinta de vídeo de algún imbécil de la Universidad de la Paranoia Anclada clavándose agujas pensando: esto es lo verdadero, este es el arte necesario de nuestro tiempo, esto merece ser respetado, porque no lo es, no lo fue y a nadie le importa. Lo cierto es que cualquiera, con la excepción de un niño, puede hacer cosas de ese estilo, porque los niños tienen la especie de relación sensual y compleja con el mundo a su alrededor que la modernidad en sus años de decadencia estaba intentando negar. Esa relación es el paraíso perdido que el arte quiere devolvernos, no como niños sino como adultos.” Cojones. Lo prometo sobre el dios de los Porcos Bravos, ¿es Crom o Ægir? No vuelvo al Lemming Rubro, así pongan la cerveza a un fento el litro. O aunque la chupen a cambio de una cita de Lérmontov. Si apuro el paso y llego a casa a las 23:32, podré ver en Anothercowinthemillo TV la repetición de la XI. Saborear otra vez el mágico momento de cuando entregan a Messi el trofeo Laurence Bowles frente una Camada estupefacta. ¿O eso es en otra paja mental? Me acerco a la barra y pido otra. Cisco y Miño no pueden tardar mucho más. Los muy cabrones. Así, en esta Anglogalician, cuando se pone el sol y me siento en el viejo y destrozado malecón contemplando los vastos, vastísimos cielos de North Fork y se mete en mi interior toda esa tierra descarnada que se recoge en una enorme ola precipitándose sobre el Finis Terrae, y todas esas orange plank roads que van hacia allí, y toda la gente que sueña en esa inmensidad, y sé que en Port Drake ahora deben estar percutiendo las huérfanas en la tierra donde se deja a las huérfanas percutir, y esta noche saldrán las estrellas (¿no sabéis que el Rodillo es un ángel caído?), y la estrella de la tarde dedicará sus mejores destellos a la pradera justo antes de que sea totalmente de noche, esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres de gloria y envuelve la orilla final del Bann, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en ganar el Laurence Bowles, y hasta pienso en jugar un día con los porcos bravos, ese Hato al que nunca encontramos, sí, pienso en La Causa y en los pubs en llamas de Yardley Gobion.
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