The Anglogalician Cup ya no es una competición, si alguna vez lo fue, ni una novela, ni una película. Carece del esquema clásico de planteamiento-nudo-desenlace.
The Anglogalician Cup es una serie, donde cada edición con toda su fanfarria mediática es una célula completa que contiene toda la información necesaria para sobrevivir por sí misma, y que al mismo tiempo porta una carencia que nos obliga a buscar la edición primigenia para subsanarla. Y aquí radica el truco, si es que lo hay. En The Anglogalician el verdadero nudo está en su planteamiento –su origen- y por tanto vive al borde de un desenlace perpetuo siempre a punto de advenir, pero que no llega, como esas caminatas en bucle al borde del abismo, abismo que nos atrae pero que eludimos siempre a última hora.
El escepticismo postmoderno reniega de los héroes míticos y de las Grandes Causas. Los progres han hecho mucho daño al mundo occidental.
Entonces, ¿cómo afrontar 12 años después, el final de una historia que decíamos no tiene final? ¿Cómo se cuenta eso y precisamente en este blog abandonado a la intemperie? Pues de la única manera digna: contando el principio. Renovando el mito, continuando el ciclo meado en Sheffield en 2007, prolongando el Apocalipsis en el origen, porque toda crisis es la muerte de algo y el nacimiento de otra cosa. Pensábamos que había un hombre dentro del porco bravo y va a resultar que lo que había de verdad era un porco bravo dentro del hombre.