Recuerdo a los ciervos que habían gritado y embestido en la entrada del pub. Así como ya no era válida la distinción entre contenidos latentes y manifiestos del sueño, del mismo modo nada dividía ahora lo real de lo irreal en el mundo exterior. Los fantasmas se deslizaban imperceptiblemente de la pesadilla a la realidad y otra vez a la pesadilla, y los paisajes terrestres y psíquicos eran indistintos, como lo habían sido en Bristol y en Worcester, en Yardley Gobion y en Whitby. Inglaterra, de solución a cárcel.
Pido otra.
Lugar: “El Lemming Rubro”. Tasca de culto en la Ciudad Ctónica, donde lo culto no es sino otra manera de decir fracaso.
Atmósfera: Huele a sexo rancio. El Hombre del paraguas abierto en la barra, pontifica ante tres huérfanas de Bellas Artes vestidas para matar: Creo que la imagen clave del siglo XXI es el hombre en el tractor en el marco de la Anglogalician Cup. Es la suma de todo: los elementos de velocidad, drama, agresión, la fusión de publicidad y bienes de consumo con el paisaje tecnológico. La sensación de violencia y deseo, poder y energía; la experiencia colectiva de desplazarse juntos a través de un paisaje elaboradamente cifrado, la extraña historia de amor con la máquina, con la muerte del fútbol, con su propia muerte.
Escucho el goteo.
Apuro la pinta y ahogo las ganas de meterle el paraguas en un ojo.
A mi izquierda, otro frente abierto. El poeta laureado Boris Orto sentencia “El famoso radicalismo del arte de los años sesenta y setenta del siglo pasado ha resultado ser una especie de espectáculo necio, una adivinanza violenta, una forma de evitar el sentimiento. Creo que ya no vamos a estar obligados a mirar a una caja de contrachapado, una hilera de ladrillos en el suelo o una cinta de vídeo de algún imbécil de la Universidad de la Paranoia Anclada clavándose agujas pensando: esto es lo verdadero, este es el arte necesario de nuestro tiempo, esto merece ser respetado, porque no lo es, no lo fue y a nadie le importa. Lo cierto es que cualquiera, con la excepción de un niño, puede hacer cosas de ese estilo, porque los niños tienen la especie de relación sensual y compleja con el mundo a su alrededor que la modernidad en sus años de decadencia estaba intentando negar. Esa relación es el paraíso perdido que el arte quiere devolvernos, no como niños sino como adultos.”
Cojones. Lo prometo sobre el dios de los Porcos Bravos, ¿es Crom o Ægir? No vuelvo al Lemming Rubro, así pongan la cerveza a un fento el litro. O aunque la chupen a cambio de una cita de Lérmontov.
Si apuro el paso y llego a casa a las 23:32, podré ver en Anothercowinthemillo TV la repetición de la XI. Saborear otra vez el mágico momento de cuando entregan a Messi el trofeo Laurence Bowles frente una Camada estupefacta.
¿O eso es en otra paja mental?
Me acerco a la barra y pido otra. Cisco y Miño no pueden tardar mucho más. Los muy cabrones.
Pido otra.
Lugar: “El Lemming Rubro”. Tasca de culto en la Ciudad Ctónica, donde lo culto no es sino otra manera de decir fracaso.
Atmósfera: Huele a sexo rancio. El Hombre del paraguas abierto en la barra, pontifica ante tres huérfanas de Bellas Artes vestidas para matar: Creo que la imagen clave del siglo XXI es el hombre en el tractor en el marco de la Anglogalician Cup. Es la suma de todo: los elementos de velocidad, drama, agresión, la fusión de publicidad y bienes de consumo con el paisaje tecnológico. La sensación de violencia y deseo, poder y energía; la experiencia colectiva de desplazarse juntos a través de un paisaje elaboradamente cifrado, la extraña historia de amor con la máquina, con la muerte del fútbol, con su propia muerte.
Escucho el goteo.
Apuro la pinta y ahogo las ganas de meterle el paraguas en un ojo.
A mi izquierda, otro frente abierto. El poeta laureado Boris Orto sentencia “El famoso radicalismo del arte de los años sesenta y setenta del siglo pasado ha resultado ser una especie de espectáculo necio, una adivinanza violenta, una forma de evitar el sentimiento. Creo que ya no vamos a estar obligados a mirar a una caja de contrachapado, una hilera de ladrillos en el suelo o una cinta de vídeo de algún imbécil de la Universidad de la Paranoia Anclada clavándose agujas pensando: esto es lo verdadero, este es el arte necesario de nuestro tiempo, esto merece ser respetado, porque no lo es, no lo fue y a nadie le importa. Lo cierto es que cualquiera, con la excepción de un niño, puede hacer cosas de ese estilo, porque los niños tienen la especie de relación sensual y compleja con el mundo a su alrededor que la modernidad en sus años de decadencia estaba intentando negar. Esa relación es el paraíso perdido que el arte quiere devolvernos, no como niños sino como adultos.”
Cojones. Lo prometo sobre el dios de los Porcos Bravos, ¿es Crom o Ægir? No vuelvo al Lemming Rubro, así pongan la cerveza a un fento el litro. O aunque la chupen a cambio de una cita de Lérmontov.
Si apuro el paso y llego a casa a las 23:32, podré ver en Anothercowinthemillo TV la repetición de la XI. Saborear otra vez el mágico momento de cuando entregan a Messi el trofeo Laurence Bowles frente una Camada estupefacta.
¿O eso es en otra paja mental?
Me acerco a la barra y pido otra. Cisco y Miño no pueden tardar mucho más. Los muy cabrones.