Es la belleza que evocó así.
La figura majestuosa del Castillo en su volcán, el graznido del cuervo, las puestas de sol invernales de un rojo intenso, el esplendor promisorio de las luces del alba, mientras la Vella Fedenta emerge de la bruma, tejado a tejado, casa a casa, para por fin revelarse al cielo escocés, donde las nubes flamean como banderas, una encima de otra, ciudad de aire sobre la ciudad de piedra, nuestro ancla en el Mar del Norte que sube al asalto de nuestra nostalgia por un futuro bajo la lluvia.